No digo porque no hago. Es así de simple. Podría explicarlo,
podría extenderme más, pero no quiero. No quiero porque no mato ni me suicido.
Es tan sencillo como eso. Como eso es cualquier cosa, incluso lo que no vemos y
creemos que es cierto. Puedo olerlo. Tu coño. Rancio como un queso mohoso que
deja escapar su flujo envenenado por los agujeros del subconsciente. El mío, el
del más allá. Cuando los dedos duelen es que las historias fluyen. Pero no voy
a contar más cuentos que nadie quiere escuchar. A ti no. Quédate con tus
mierdas de la guerra, la preguerra y la posguerra. Yo prefiero esconder la
cabeza en un agujero de la pared y cantar cada vez que sean las dos en punto.
Mientras, me masturbo, y utilizo tus páginas afiladas para limpiar mi semen
caducado en pos de una buena literatura. La que tú haces. Sólo tú. Tú y algunos
más. Porque no hay nada mejor que ser el elegido y hablar de cosas sin hablar
de ellas, engordando las branquias alógenas de tanto admirado comentario. Me
voy a cenar solo porque no quiero verte. Si te veo, me desmayo. Si te oigo, el estómago
me estalla en úlceras sangrantes que despiden flatulencias del sinsentido. No
me río contigo, no me río de ti. ¿Quieres cenar conmigo? Ni siquiera me
conoces. Sólo sabes que no soy nada, nadie. No deberías cenar conmigo, tal vez
frente a mí. Entonces, las llamas arderán en contra de la mística. Pediremos
puré de testículos de cerdo con crema agria y hablaremos del poder editorial
para financiar cerebros vacíos y sonrisas vacuas. Conozco el lugar perfecto:
cálido, tranquilo y acogedor. También podríamos hablar de tu abuela, de la
próxima mentira que tendrás que contar para que te firmen cheques en blanco. De
la guerra. Háblame de la guerra, esa que ni tus padres vivieron. Cuéntame cómo
fue. Podría hablarte de un asesinato y dejar caer, por cierto, la cabeza sobre
el plato de codornices estofadas con mermelada de frutos rojos que nos han
servido. Podría hacerlo. Y enseñarte el culo. Lo hago de forma habitual, sobre
todo cuando estoy borracho, que últimamente son todos los días. No te enseñaría
más, a no ser que me lo pidieras. No me importa desnudarme en público. Podría
aderezar el arroz con leche con vello púbico canoso. Ya soy perro viejo y estoy
listo para inmolarme. No tengo nada que perder, a diferencia de ti. Pienso muy
a menudo en el suicidio. No es algo nuevo, aunque en estos momentos el tedio de
vivir se está haciendo insoportable. Sé que no te importa, que ni siquiera soy
una estadística. Sólo fui lo que creí ser, hasta que alguien me vomitó. Qué
bonito final para alguien que nació muerto. No digas más. Permanece en silencio
en mi imaginación cesada. No quiero seguir, no puedo seguir, pero he de seguir.
Todo es palabra. Será mejor mostrarte otra cosa que no he de ignorar.
Vienes, he venido. Han regresado las letras que tratas de matar hoy en el tiempo. Quiero mostrarte mi habitual
disfraz de payaso que intenta ser como tú. Sin ser tú. No quiero ser como tú. Quiero
ser él. Siempre quise ser él. Ahora, es mejor que me calle
No hay comentarios:
Publicar un comentario