jueves, 9 de enero de 2020

A un premio literario


No digo porque no hago. Es así de simple. Podría explicarlo, podría extenderme más, pero no quiero. No quiero porque no mato ni me suicido. Es tan sencillo como eso. Como eso es cualquier cosa, incluso lo que no vemos y creemos que es cierto. Puedo olerlo. Tu coño. Rancio como un queso mohoso que deja escapar su flujo envenenado por los agujeros del subconsciente. El mío, el del más allá. Cuando los dedos duelen es que las historias fluyen. Pero no voy a contar más cuentos que nadie quiere escuchar. A ti no. Quédate con tus mierdas de la guerra, la preguerra y la posguerra. Yo prefiero esconder la cabeza en un agujero de la pared y cantar cada vez que sean las dos en punto. Mientras, me masturbo, y utilizo tus páginas afiladas para limpiar mi semen caducado en pos de una buena literatura. La que tú haces. Sólo tú. Tú y algunos más. Porque no hay nada mejor que ser el elegido y hablar de cosas sin hablar de ellas, engordando las branquias alógenas de tanto admirado comentario. Me voy a cenar solo porque no quiero verte. Si te veo, me desmayo. Si te oigo, el estómago me estalla en úlceras sangrantes que despiden flatulencias del sinsentido. No me río contigo, no me río de ti. ¿Quieres cenar conmigo? Ni siquiera me conoces. Sólo sabes que no soy nada, nadie. No deberías cenar conmigo, tal vez frente a mí. Entonces, las llamas arderán en contra de la mística. Pediremos puré de testículos de cerdo con crema agria y hablaremos del poder editorial para financiar cerebros vacíos y sonrisas vacuas. Conozco el lugar perfecto: cálido, tranquilo y acogedor. También podríamos hablar de tu abuela, de la próxima mentira que tendrás que contar para que te firmen cheques en blanco. De la guerra. Háblame de la guerra, esa que ni tus padres vivieron. Cuéntame cómo fue. Podría hablarte de un asesinato y dejar caer, por cierto, la cabeza sobre el plato de codornices estofadas con mermelada de frutos rojos que nos han servido. Podría hacerlo. Y enseñarte el culo. Lo hago de forma habitual, sobre todo cuando estoy borracho, que últimamente son todos los días. No te enseñaría más, a no ser que me lo pidieras. No me importa desnudarme en público. Podría aderezar el arroz con leche con vello púbico canoso. Ya soy perro viejo y estoy listo para inmolarme. No tengo nada que perder, a diferencia de ti. Pienso muy a menudo en el suicidio. No es algo nuevo, aunque en estos momentos el tedio de vivir se está haciendo insoportable. Sé que no te importa, que ni siquiera soy una estadística. Sólo fui lo que creí ser, hasta que alguien me vomitó. Qué bonito final para alguien que nació muerto. No digas más. Permanece en silencio en mi imaginación cesada. No quiero seguir, no puedo seguir, pero he de seguir. Todo es palabra. Será mejor mostrarte otra cosa que no he de ignorar. Vienes, he venido. Han regresado las letras que tratas de matar hoy en el tiempo. Quiero mostrarte mi habitual disfraz de payaso que intenta ser como tú. Sin ser tú. No quiero ser como tú. Quiero ser él. Siempre quise ser él. Ahora, es mejor que me calle

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