viernes, 31 de julio de 2020

Hormigas

Cuando vivíamos juntos, había un agujero en el suelo de la cocina. Un pequeño y oscuro agujero abierto en la esquina de una baldosa cuya profundidad desconocíamos. Un día empezaron a surgir hormigas de su interior, pequeñas hormigas que en seguida conquistaron el resto de la cocina. Se hicieron dueñas del suelo, de las paredes, e incluso de la comida del gato. Todos los días teníamos que rociar de veneno aquel extraño agujero. A veces, cuando lo hacía, me quedaba observando aquella diminuta oscuridad y cómo la muerte penetraba sin remedio en ella. Me pregunté a dónde conduciría, si tendría un punto de partida. Más de una vez me sorprendí pensando en hacer más grande el agujero, lo suficiente como para que mi cuerpo cupiese y tuviera la oportunidad de ver el otro lado, el inicio de todo, y una vez visto, continuar el camino hacia donde mis pies me llevasen. Pensé que era imposible, porque no dejábamos de vivir en un tercer piso. Aun así, albergaba con agrado el deseo de escapar de allí. Entonces te veía bebiendo un vaso de agua en la cocina. Te girabas hacia donde yo estaba agachado con ojos tiernos de animal degollado. Era consciente de que en realidad no estabas allí, de que era otra persona la que veía en esos momentos, pues era tal la mirada de amor que proferias, que era imposible que se tratara de ti. Abandonabas entonces la cocina, y al pasar a mi lado acariciabas mi cabeza en gesto vehemente y cariñoso. Volvía a quedarme solo frente a aquel diminuto agujero por dónde salían y morían las hormigas, y pensaba que quizá otro día sería el indicado para huir.

Enfermedad

  Ahora que tu vagina sangra he de decirte que te quiero y mientras el mundo explota a nuestro alrededor se me encharca el cerebro con imá...