¿Qué dónde? ¿Cómo ahora?
En ruta
No era un mañana cualquiera ni un día sin extraños. Cada vez
que prestaba atención a la vida, ésta me resultaba más artificial, como si
fuese la de otro. No desayuno porque nada me entra. Solo humo. Así pasé la
mañana, viendo transcurrir el día desde mi ventana. Una ventana sucia que me
permitía adquirir segundas visiones. El otro día es hoy. Hoy es mañana. Dejo
que el tiempo pase y miro por la ventana. Pero fuera no hay nadie, no hay nada.
¿Cuándo cómo? Estoy solo, al lado del teléfono mudo que ahoga los graznidos de las
gaviotas que a veces me hablan. Cada gesto es estudiado por las personas que me
observan. No hay alma alguna alojada en mi glándula simpática. Miro por la
ventana porque no sé cómo hacer para que pase el tiempo más rápido. Es el
sigilo de la suciedad rondando las células vivas que me hacen mantenerme
erguido. ¿Quieres meterme la lengua en la boca? Nunca más podré hablar si no
mastico ese filete hinchado que rebosa por mis labios. Quieres mi silencio, mi
muerte. En realidad morí delante de tus ojos enrojecidos por el cansancio, y
aun así no te impactó. Sólo cogiste mi brazo y lo metiste en la pared. Antes
tuviste que cortarlo. Antes tuviste que hacer cosas malas. En los suburbios
conocen tu nombre y apellidos. Pero a nadie le importa que hoy sea viernes y
mañana también. Todos los días son el mismo. Necesito caminar y sentir que soy.
Por eso me repito constantemente “yo soy, yo soy, yo soy…” Pero no soy y nunca
lo fue. ¿Quién fui? Quizá alguien que nadie conoció o que no recuerdo. En las
ondas de mis recuerdos imbéciles bebo para cruzar la calle y encontrarme con el
vacío. No hay otro bar que visitar ni una charla amistosa en la que perderse.
Han pasado tres semanas desde mi asesinato y todo mi cuerpo está desperdigado
por la ciudad. Mi cabeza entre dos habitaciones vacías. Nunca es suficiente.
¿Quieres contar historias? Ni siquiera las prostitutas se pasean por la calle.
Sólo percibo el movimiento del sol en el cielo, aunque sé que quien se mueve
soy yo. Un momento solitario en el que soy consciente de mi sabiduría negra.
Suena el teléfono, pero no lo cojo. No quiero oír voces. No quiero que me digas
qué tengo que pensar. Prefiero no hacerlo. El inmenso vacío transparente en el
que me siento inmerso. Porque no hay nada más que decir. Pero si me callo, si
al final enmudezco, moriré. Yo ya estoy muerto. No hay porqué decir más. Perdí
la vida que conocía hace tres semanas, seis semanas. No recuerdo cuándo.
¿Cuándo cómo? ¿Cuándo qué? Eso es lo que creo. Desde entonces estoy delante de
esta ventana, observando la vida desconectada que se me permite ver. No significa
una mierda. Y sin embargo, me siento defraudado. Nada hay tras esta ventana.
Nadie se mueve. La vida se ha detenido y yo necesito fumar compulsivamente. Los
misterios se desvanecen en cuanto pienso en lo que pasó. Y una voz se repite en
mi cabeza desde la lógica de una reina degollada. Es hora de mantener una
conversación con el vacío. ¿Dónde debería ir para ser escuchado? El cielo gira
sobre sí mismo como un sumidero por el que nos vamos. Estoy dispuesto a volver,
pero ¿de qué manera? Escribo notas de lo que veo. El cuaderno está vacío. Mi
cerebro se descongela con lentitud pasiva. Quieres que muera, pero yo ya estoy
muerto.