martes, 3 de marzo de 2020

La cena


El rostro de la mujer se ve hermoso a la luz de las velas, aunque ligeramente cansado. Su marido la observa con una leve sonrisa asomando en sus labios cerrados y en constante movimiento al masticar un pedazo de carne que se ha llevado a la boca. La escena exhuma romanticismo y cierta sensualidad, aderezada con el ambiente exquisito que les rodea: cubertería de plata, iluminación tenue procedente de las velas, mantelería blanca de gran elegancia y sofisticación, un magnífico vestido de noche rojo para ella y un esmoquin de toda la vida para él, música clásica que parece mecer sus distinguidos oídos con suaves notas procedentes de un equipo estereofónico… Al fondo, un ventanal de gran tamaño ofrece una hermosa vista de la ciudad cubierta por la noche estival.
“¿Qué día es hoy?”, pregunta el hombre sin dejar de masticar. “¿Martes, miércoles? Te juro que no sé ni en qué día vivo”.
“Es normal”, comenta la mujer. “Tienes mucho trabajo y la cabeza no te da para más. No le des importancia”.
“No le doy importancia”.
“Eso espero. No quiero que te preocupes por nimiedades”.
“Te digo que no le doy ninguna importancia”.
“Me alegro”.
“¿Y?”
“¿Y qué?”
“¿Que qué día es hoy?”
“Lunes. Hoy es lunes”.
“¿Estás segura?”
“Completamente”.
“Entonces, anoche torturaron a tu hermano”.
“¿Fue ayer?”, pregunta la mujer introduciendo el tenedor en su boca roja.
“Sí, ayer. Si no me equivoco”.
“¿Cómo lo sabes?”
“Alguien me lo dijo”.
“¿Quién?”
“No sé. Alguien. No sabría decirte. Tampoco recuerdo con detalle la conversación. Sólo sé que alguien me informó de que iban a torturar a tu hermano el domingo por la noche”.
“A lo mejor se refería al siguiente domingo”, comenta con indiferencia la mujer.
“¿Quién?”
“¿Quién qué?”
“¿Quién se iba a referir al siguiente domingo?”
“No sé, quién sea que te dijo lo de torturar a mi hermano el domingo”.
“¿Qué domingo? ¿De qué estás hablando?”
“Que en vez de torturar a mi hermano ayer, podrían estar refiriéndose al próximo domingo”.
“¿Y por qué tendrían que hacer algo así? No comprendo a dónde quieres llegar. Me dijo, o me dijeron, no recuerdo bien cuántos fueron, que iban a torturar a tu hermano el domingo por la noche. ¡Este domingo por la noche!”
“¿Cuándo te lo dijeron?”
“No lo sé. No recuerdo ni que día es hoy y pretendes que me acuerde de cuándo hablé de lo de tu hermano”.
“¿Te lo han comentado hoy?”
“No, hoy no”.
“¿Seguro?”
“Casi. Seguro, seguro no estoy. Pero sí al noventa por ciento. Ya no puedo estar seguro de nada”, dice dubitativo el hombre mientras echa un vistazo a la ciudad. “Sabes el nivel de estrés que acarrea mi puesto”.
“Lo sé, cariño. Y lo comprendo”. La mujer hace una pausa para beber un poco de champán. “Si no te lo han comentado hoy, te lo tuvieron que decir la semana pasada. El viernes quizá. Entonces sí que se estarían refieriendo a ayer como el domingo en el que iban a torturar a mi hermano”.
“Te lo estoy diciendo. ¿No me escuchas? ¡Ayer torturaron a tu hermano! Es que ya no sé cómo decirte las cosas”.
“Tranquilo, sólo estaba intentando averiguar el día”.
“¿El día? ¡Pero si te estoy diciendo el puto día desde el principio!”, dice alterado el hombre.
“Pero podía ser cualquier domingo”, se intenta justificar ella. “No has especificado qué domingo”.
“¡Te he dicho que ayer torturaron a tu hermano!”, grita el hombre desesperado.
“Vale, vale, no te alteres. Lo que menos deseo ahora es una bronca”.
“Entonces, ¿por qué dudas de mis palabras?”
“No dudo de tus palabras. Sólo quería saber cuándo iban a torturar a mi hermano”.
“¡El domingo, mujer! ¡Ayer! ¡Ayer torturaron a tu hermano!”
“¡Pero, reconoce que no estabas seguro, que podía ser el siguiente domingo!”
“¿Qué siguiente domingo?”, pregunta el hombre alzando la voz.
“El siguiente domingo. El de esta semana, no el de la pasada”.
“¿Pasada?”
“Ayer”.
“¿Qué ayer?”
“Domingo”.
“¿Ayer fue domingo?”
“Sí, si hoy es lunes”, dice ella llevándose otro trozo de filete a la boca con el rostro impertérrito.
“¡Entonces ayer torturaron a tu hermano!”
“Vale, ha quedado claro. No quiero más gritos”.
“¡No estoy gritando!”, dice el hombre entre aullidos.
“Estás gritando porque te están escuchando los vecinos”.
“¿Qué vecinos? ¡Nosotros no tenemos vecinos! ¡Por eso no sé en qué puto día vivo de tanto trabajar!”
“Vale, lo he pillado. Ahora, relájate.”
“¡Estoy relajado!”
“No estás relajado”
“¡Estoy completamente relajado”, dice el hombre con el tono de voz algo alterado. “¡Hazme caso!”
“Te hago caso”, comenta la mujer, y baja la mirada para contemplar con desdén el plato de elegante porcelana situado entre sus brazos mientras mastica la comida. Cae el silencio entre la pareja, sólo roto por la apacible suntuosidad de la música clásica que los acompaña. “¿Está muerto?”, pregunta ella de repente.
“¿Quién?”
“Mi hermano”.
“Sí, creo que sí. Ya sabes cómo son estas cosas”.
“Sí, ya lo sé… Ya lo sé…”
“Una carne estupenda”, dice él estirando una nueva sonrisa en sus labios.
“Sí que lo es”, dice ella, y le devuelve la sonrisa con todo el amor que es posible albergar en su corazón.

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