miércoles, 7 de julio de 2021

Gusanos en el servicio

 

De espaldas el uno al otro. Sentados en la cama. La mujer fija su mirada en el suelo. El hombre contempla la inmensidad del cielo a través de la ventana perdido en sus propios pensamientos. Habitación austera, fría, gris. Tristeza latente. Ambiente condensado. Ella lleva puesto un camisón blanco que ha adquirido cierto tono amarillento. Pequeños agujeros, que bien podrían ser quemaduras de cigarrillos, surgen de lo que antaño fue una prenda delicada. El hombre, con el torso desnudo y las costillas pegadas a su piel macilenta, lleva un pantalón de pijama a rayas, sucio, descolorido.

El silencio se rompe por el silbido constante de una cafetera en ebullición proveniente de la cocina. La mujer levanta la cabeza y mira hacia la puerta.

–El café está listo –dice en un susurro apenas audible.

– ¿Qué? –pregunta el hombre sin dejar de observar lo que hay más allá de la ventana.

–Digo que el café está listo.

–El café… Listo…

La cafetera sigue sonando y ninguno de los dos hace ademán de levantarse.

– ¿Vas tú o voy yo?– pregunta la mujer.

– ¿A dónde?

–A por el café.

–Ve tú –contesta el hombre.

Pero la mujer no se mueve. Clava de nuevo la mirada en el suelo.

–Tendría que barrer un poco.

– ¿Qué?

–Nada. El suelo. Está sucio.

–Tendríamos que limpiar un poco la casa.

–Deberíamos.

–Casi no tenemos tiempo de nada.

–No hay tiempo.

–No hay nada.

– ¿Estás bien? –pregunta preocupada la mujer.

–Sí… Eso creo. Bien… ¿Y tú?

–Bien… Bien.

– ¿Qué es eso que suena?

–La cafetera.

–Es verdad. No ibas a….

–Voy.

La mujer sigue sin levantarse de la cama. Se lleva las manos a la cara, suspira con profundidad, y coge un cigarrillo de la mesilla. Lo enciende. El humo se eleva como una figura fantasmal.

– ¿No crees que deberíamos hablar de lo que pasó ayer?– dice la mujer expulsando el humo azulado de su boca.

–No. Preferiría no hacerlo.

–Es importante. Creo que tendríamos…

–No lo creo -interrumpe el hombre.- Es mejor así. Sólo quiero olvidarme por un momento de todo lo sucedido.

–Está bien. Como veas.

Cae un ligero silencio entre ellos.

–Es extraño que haga un día tan bueno y yo me sienta así de mal –dice finalmente el hombre.

–A veces pasa.

–Sí. A veces pasa. Demasiado a menudo.

–Lo siento.

–¿Qué sientes?

–Todo. Lo de ayer… Lo de hoy…

–Por favor, te he dicho que no quiero volver a hablar del tema.

–Es que es importante.

–Lo sé y también sé que tendremos que afrontar el asunto tarde o temprano, pero ahora mismo no me veo con fuerzas de hacerlo.

–Sé que no lo hiciste con mala intención. No lo pudiste evitar. Es normal. Se te fue de las manos.

–Las manos… –el hombre las levanta ante sí y las observa detenidamente.– Mis manos…

Mira las heridas y la sangre seca que las cubre. Ve el dolor en ellas reflejado. Se tapa la cara y empieza a sollozar. La mujer vuelve a bajar la cabeza.

–Qué sucio está todo –la cafetera sigue lanzando su grito desesperado.– Debería habértelo contado antes. No tendrías que haberte enterado de esta manera.

–Ya da lo mismo.

La mujer se fija en las manchas de sangre del suelo y en los dos surcos sanguinolentos que llevan hasta la puerta cerrada del servicio. Ve el cuchillo. Siente un escalofrío recorrer su espalda y una ligera nausea llegar a su boca. Se levanta como un resorte de la cama.

–El tuyo solo, como siempre, ¿verdad?

El hombre asiente y la mujer sale de la habitación.

Enfermedad

  Ahora que tu vagina sangra he de decirte que te quiero y mientras el mundo explota a nuestro alrededor se me encharca el cerebro con imá...