Es horrible permanecer en las sombras y cerrar para barrer y
mostrar las garras. Esos son mis enemigos. Así es como me culpo. No hay gente para
esto. Todos podrían ser persianas y cortinas. Es difícil de llevar tras las
puertas clausuradas y oscuras que finiquitan mi infinito. Mío. La cama arde en lo
que es un rendimiento febril. La ropa sucia se amontona y encoge las paredes, provocándome
unas ganas irresistibles de matar. Lo que es imposible de saber es a quién o a
qué. Me alejo, y es más fácil ahora que estoy en casa, mientras espero dormido a
que se cierre la piel. El mundo entero es un icono dibujado en mi epidermis. Todo,
absolutamente todo, es alguien que conoce a alguien junto a nadie. Pero mayo es
ahora por la noche, y las llamadas retumban en las catacumbas que abrimos. Mis
zapatos se hunden en trampas del corazón escondidas en números de teléfono. Hasta
que vuelva, tengo el arduo trabajo de arrepentirme y quitarte la ropa. Primero la
de las ratas que habitan mi piso. La piel de la puerta suda leche cruda. Porque
dormitando, ella abre las cortinas y deja que el infierno nos habite. Y quiero
entrar ahora que sé que lo que alguna vez escondimos se representa en mi
habitación. Ella recoge con cuidado la apertura perenne del silogismo errático y
vuelve a mostrar su ropa sucia al mundo, su intimidad. Abramos la puerta, que no muera abril. Ya no puedes
volver a casa. Crece el cosmos moteando los campos eternos que perdí en mi
memoria. Confío en los vientos con los que comercio y que defraudan mi cuerpo cubierto
de nubes y sombras. De llagas y secretos. Un día pudiste ver el camino que sigue
mis patrones derribados. Nos sentamos, mientras tu lento cansancio se hacía
cada vez más etéreo. Eras encantadora. Soplabas por un agujero de aire inocuo
que rodaba por mi cuerpo enfermo. Los dejaste a todos laicos. Eras una actriz con el cuerpo introducido
en un sueño. Espero no haberte decepcionado, aunque sé que lo hice. Y ahora encuentro
tu cabello debajo de la cama junto a dos piezas dentales. El resto de ti se perdió en mi memoria. Como
el resto de mí, y las migaja de un mundo que se derrumba.
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