El otro día fui a ver a mis padres. ¿Te lo había comentado?
No, creo que no. Da igual. Hacía tiempo que no me pasaba por allí, que no les
hacía una visita. En realidad, no sé por qué lo hice. Supongo que me sentía
culpable por no prestarles la atención que se merecen. Al fin y al cabo, soy su
único hijo, ¿no? Eso creo. Además, estaba ocioso y no tenía nada importante que
hacer. Sí, el otro día fui a visitar a mis padres a su viejo apartamento, en mi
antiguo barrio. El barrio donde me crie, donde crecí, donde te conocí.
¿Recuerdas? Puede que no. Estás tan atareada últimamente… En realidad, no sé
por qué te cuento esto. Supongo que porque no hay otra forma de comunicarme
contigo. Parece que hace siglos que no te veo, y en realidad vivimos juntos. Es
esta terrible sensación de vacío que tengo en mi interior la que me obliga a
hablar. Como si hubiese estado encerrado durante un mes seguido en la más
absoluta oscuridad. No, no recuerdo gran cosa de lo que he hecho estas últimas
semanas. Todo es confusión y neblina en el interior de mi cabeza. Vale, me
estoy desviando del tema, si es que hay un tema, porque tampoco es de gran
importancia. Aparentemente. Puede que sí, pero eso tendré que averiguarlo
después. Después de todo. En fin, ahí estaba yo, delante de mis padres,
repartiendo besos y abrazos como si hubiesen pasado años desde la última vez
que les vi. Sin embargo, ellos se comportaron de una forma un tanto extraña. En
primer lugar, parecía que hubiese estado con ellos el día anterior, o ese mismo
día. Su actitud fue en todo momento fría y distante, sin mucho que contar o
decir. Era como si no me hubiesen echado de menos. Al contrario. Yo intenté
sacarles temas de conversación de toda índole, a lo cual sólo respondían con
monosílabos y miradas confusas. Parecía un extraño para ellos, alguien que se
había colado por sorpresa en su casa. En seguida, me di cuenta de ello, y mi
sonrisa inicial se tornó en una mueca de incomprensión. Me quedé callado. Mi
padre parecía estar mejor de lo suyo. Ya sabes, ya te conté. Está más animado,
aunque eso es decir mucho teniendo en cuenta el recibimiento que me encontré.
Creo que en todo momento estuvo fingiendo las sonrisas. No las sintió. Eso es
algo que salta a la vista, que se percibe en seguida. Le conozco bien. Toda una
vida. Sé cuándo hay algo rondando en su cabeza y el otro día lo noté. Apenas
habló, y en las escasas ocasiones en las que lo hizo, se le trababa la lengua. Balbuceaba
como un niño que está aprendiendo a hablar. Supongo que es normal, teniendo en
cuenta por lo que ha pasado. La que me preocupa es mi madre. No sé si está
preparada para todo esto. Sí, lo sé, es una mujer fuerte. Tú la conoces. Es una
mujer fuerte, pero, al mismo tiempo, es una persona muy débil, que podría
derrumbarse de un momento a otro. Ninguno de los dos me contó gran cosa. El día
a día, lo de siempre. Parece que les cuesta abrirse. Soy su hijo y no tienen la
suficiente confianza como para decirme lo que les pasa. Por no preocuparme,
dicen. Pero la verdad es que me preocupan. Siempre me preocupan, y que me
oculten cosas no beneficia la situación. No estuve mucho tiempo, una hora como
mucho. Mi madre se fue a la cocina y empezó a preparar la comida. Nos quedamos
mi padre y yo solos, en silencio, estudiando la rugosidad de las paredes sin
nada que contarnos. No sé, tuve la extraña sensación de que mi padre esperaba
que le contase algo importante, que era yo quien tenía que abrirse ante ellos.
Pero yo no tenía nada importante que decir. Mi padre se puso a leer. Entendí
que era el momento de irme. Lo supe en cuanto me di cuenta de que mi padre
tenía el libro al revés. No despegó la vista de las páginas, ni siquiera cuando
me levanté y me despedí de él. Masculló algo que no llegué a entender y contesté
con una sonrisa. En cierta forma, creo que deseaba que me fuera. Los dos lo
deseaban. Tal vez no querían que les viese así. Pero soy su hijo. No tengo por
qué verles siempre felices. Las personas no son siempre felices. La mayor parte
del tiempo no lo somos. Pensando en lo sucedido después, es posible que fuesen
ellos los que no querían verme así. ¿Así cómo? Da igual. Salí de aquel viejo
apartamento tocado y hundido, con un nudo en el estómago que era imposible de
aflojar y unas terribles ganas de llorar sin saber muy bien por qué. Lo que
realmente me sorprendió, incluso me enervó, es que ninguno de los dos me
preguntase por ti o por los niños. Normalmente suelen hacerlo. Ya sabes lo
atentos que son para esas cosas. Pero nada, ni una sola palabra. Es extraño. ¿Me estás escuchando? ¿Dónde estás?
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