Encontraron el poema de la pequeña Leticia una gélida mañana
de invierno de hace unos años. Estaba tirado en el suelo del parque infantil
que había cerca de su casa, al lado de los columpios de hierro. Tenía manchas
de barro que hacían que ciertas partes del poema, no muchas, fuesen
completamente ilegibles. Aun así, se trataba de una composición pueril, propia
de una niña de ocho años que había escrito en alguno de sus ratos libres. De
rima consonante y fácil de aprender, la verdad es que no se apreciaba en sus
versos una clara influencia de los clásicos ni característica alguna que pudiera
asegurar que aquella niña poseía un talento especial para la lírica. Cualquiera
que tuviese un mínimo de sensibilidad sabría que aquella composición no valía nada,
que era un trabajo mediocre hecho, seguramente, para alguna actividad del
colegio, y que no habría destacado demasiado entre los demás escritos realizados
por sus compañeros. El poema comenzaba así: “El perro de mi vecino es
grande y bonito / pero no deja de molestar a mi gato chiquitito / temo que un
día de estos le haga daño / y tenga que enterrarle debajo del castaño / qué
pena más grande me daría / si ese perro al final la lía”. El resto del poema no mejora. Es una sucesión
de versos estúpidos e ingenuos que, con el paso del tiempo, alguien vio como
una especie de premonición o de aviso. Da igual lo que cientos de personas opinasen
al respecto. Todos aquellos comentarios cambiaron en el mismo momento en el que
se encontró el cadáver de la pequeña Leticia en mitad del bosque. Había sido
violada y estrangulada. Entonces, algún lumbreras pensó que sería buena idea
publicarlo. No se equivocó.
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