El agua llega hasta más arriba de mi cintura. Sé que me voy
a ahogar, pero no me importa. No tengo intención alguna de luchar por mi vida.
Ya lo he hecho otras veces sin que el resultado haya sido satisfactorio. Los
grifos siguen expulsando agua. Mientras, la voz de mi vecina llega a mis oídos
a través de las finas paredes de mi casa. No consigo saber lo que dice. Su voz
queda amortiguada por el sonido del agua. Oigo palabras sueltas. “Coño”, “cabeza”,
“matar”. Me giro. Acerco la oreja a la pared pero sigo sin escuchar nada con
nitidez. Hay demasiado ruido aquí dentro. No puedo impedir que el agua siga
saliendo. Yo mismo me he encargado de destrozar los grifos para que no haya
marcha atrás. Esta vez no. “Hay un payaso muerto debajo de mi cama”, oigo
decir. Intento, sin éxito, detener con las manos el manantial que sale de los
grifos del baño. Lo mejor será salir de aquí. Intento abrir la puerta pero no
puedo. “¡Suicídate!”, grita la mujer. Hago fuerza, pero la puerta apenas se
abre. Ni un leve resquicio. El agua alcanza mi pecho y toca suavemente mi
barbilla. “Tengo el coño tan rasurado que parece terciopelo”, afirma la mujer.
Hago un esfuerzo por mantenerme a flote, pero trago más agua de la debida. Toso
con fuerza. “¡Tu muerte provocará uno de mis mayores orgasmos!” En seguida, mi
cabeza se sumerge en las aguas cristalinas del baño. No puedo respirar. Me
cuesta abrir los ojos. Pronto todo se vuelve oscuro. Una negrura infinita y
sorda que se ve interrumpida cuando mi mujer abre la puerta del armario y me
quita la bolsa de plástico que tenía en la cabeza para masturbarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario