martes, 3 de septiembre de 2019

Un final


Hay un final para todo aquel que quiera suponerlo, siempre hay un final, y es terrible sentir la mucosidad embadurnar los pulmones calcificados de mi propio ambiente, “¡tú no eres Ismael!”, grita una mujer mientras me apunta  con un dedo tan fino como una aguja de tejer, temo que vaya a matarme, tal es su expresión y sus gritos desesperados, “¡tú no eres Ismael!”, grita y llora, llora y grita, y tengo miedo por mi integridad física y mental, es entonces cuando desarrollo un psicofármaco que consiga aliviar mis secreciones anales “¡ritmo!”, dice otro personaje metido en mi cabeza, “¡es hora de bailar!”, yo sólo tengo ganas de vomitar hasta la última gota de bilis que se aloja en mi frío cuerpo, asumiendo que toda esta realidad va a ser imposible superarla, me digo que aún queda lo peor y que la perspectiva de una muerte inmediata no se me antoja del todo desagradable, sino como un camino por el que transitar sin miedo ni ningún tipo de problemas, sin embargo, odio sentirme extraño y no controlar absolutamente nada de lo que sucede a mi alrededor, es cierto, grito al notar la primera dentellada en mi piel del insecto primigenio que intenta alimentarse de mi cuerpo, de mi carne, me levanto como puedo y arrastro mis pies por el pavimento mojado hasta el puerto, “¡tú no eres Ismael!”, vuelve a gritar la señora, su piel cuarteada parece caerse de su rostro cadavérico y su voz aguardentosa se escapa por los huecos vacíos de sus dientes invisibles, me alejo de ella tan rápido como puedo, mientras ella sigue gritando “¡tú no eres Ismael!”, y me pregunto quién es ese Ismael con el que en algún momento me han confundido, e incluso tengo tiempo de apiadarme de él y de sentir lástima antes de caer en las frías y oscuras aguas del puerto, me recompongo del susto pues resulta aterrador notar cómo el suelo desaparece bajo tus pies sin esperarlo, nado hasta el muelle donde atracan las barcas de los pescadores, la noche es tan oscura y espesa como el agua que me cubre, la luz de una barquichuela me guía hasta ella, nado como puedo y sin mucho estilo con las extremidades entumecidas por el frío, una figura rechoncha y oscura se recorta encima de la barca esperándome con los brazos en jarra, “¡arriba, marinero!”, dice al coger uno de mis brazos y sacarme del agua con la fuerza de un dios oceánico, “arriba, Ismael”, susurra cuando caigo abatido sobre el suelo de la barca, “yo no soy Ismael”, consigo decir una vez repuesto, pero el rechoncho marinero ha encendido el motor de la barca y ya no escucha ninguna de mis palabras impregnadas en salitre, sale del puerto y se introduce mar adentro, “yo no soy Ismael”, vuelvo a decir para tratar de convencerme de ello, “qué más da quién seas si ya estás muerto”, dice el marinero antes de eructar una risotada que rompe el cielo oscuro, me acomodo en el suelo de la barca y me dejo llevar, sabiendo que jamás regresaré.

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