martes, 10 de septiembre de 2019

Transistor de potencia


El sonido procedente de la radio inunda de forma violenta toda la estancia. La emisora no está bien sintonizada y las voces procedentes del aparato se vuelven cacofónicas e indescifrables. Lo prefiero así. Me gusta no entender lo que dicen, inventarme mis propias noticias con lo poco que llego a escuchar de forma nítida. Es cierto que casi siempre son noticias desagradables, aunque el locutor o locutora esté relatando una crónica sincera y alegre de la navidad de este año. Me da igual. En sus palabras dibujo infanticidios, violaciones y asesinatos en masa. Puede que la gente piense que estoy enfermo, que no es normal imaginar todas esas cosas. Lo que desconoce el resto del mundo es que todas esas desgracias hacen que mi vida sea un poco menos triste. El dolor ajeno inyecta esperanza en mi cuerpo, en mi espíritu. Me siento, pues, de alguna forma revitalizado cuando por las mañanas enchufo el transistor, después de una noche de angustias y miedos, completamente solo, sin ganas de levantarme de la cama. Hay alguien fuera que lo pasa peor que yo. Entonces sonrío y me enciendo el primer cigarrillo del día, antes de acometer como pueda la rutina diaria que me va matando poco a poco.

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