El sonido procedente de la radio inunda de forma violenta
toda la estancia. La emisora no está bien sintonizada y las voces procedentes
del aparato se vuelven cacofónicas e indescifrables. Lo prefiero así. Me gusta
no entender lo que dicen, inventarme mis propias noticias con lo poco que llego
a escuchar de forma nítida. Es cierto que casi siempre son noticias
desagradables, aunque el locutor o locutora esté relatando una crónica sincera
y alegre de la navidad de este año. Me da igual. En sus palabras dibujo
infanticidios, violaciones y asesinatos en masa. Puede que la gente piense que
estoy enfermo, que no es normal imaginar todas esas cosas. Lo que desconoce el
resto del mundo es que todas esas desgracias hacen que mi vida sea un poco
menos triste. El dolor ajeno inyecta esperanza en mi cuerpo, en mi espíritu. Me
siento, pues, de alguna forma revitalizado cuando por las mañanas enchufo el
transistor, después de una noche de angustias y miedos, completamente solo, sin
ganas de levantarme de la cama. Hay alguien fuera que lo pasa peor que yo.
Entonces sonrío y me enciendo el primer cigarrillo del día, antes de acometer como pueda la
rutina diaria que me va matando poco a poco.
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