martes, 4 de febrero de 2020

1986



En la oscuridad de la noche, siente que la gratitud real es la manera en la que ve su lejano yo. Una añorada existencia a la que recurre como un refugio del exilio. O como el éxito de los sentimientos que en aquellos momentos vividos le insuflaron vida. Ahora, esas imágenes vuelven a doler por lejanas. Embarga el poder del ahora interior en un agridulce “sin aquello” que ya no volverá a ser. Se muere por la intensidad del que era entonces y por no existir en el día a día vegetado. Todo ocurrió por la inmediata salida de sentimientos sufridos. La intranquilidad del presente difuminado en un despertar triste que deja atrás aquellos años que vivió. Elogia el pasado acompañado de vacíos en los que consigue desprenderse a propósito de las palabras que ahora le hacen daño. No como en los viejos tiempos. La paz de la infancia estampada en lo vivido el día de hoy. Volver. Siempre volver a un ayer que mantiene lo sagrado en lo más recóndito del cerebro. Sin embargo, es imposible el regreso hondo a lo ya experimentado, a una existencia tan lejana que ni se acuerda. Por la noche, antes de dormir, atesora esos momentos de encrucijada inocente; rememora ese mundo que era el suyo y no éste que respira sin vida. Es imposible que no le asalten las dudas sobre la armonía de la que alguna vez gozó, y más cuando lo revisado por la memoria y lo vivido en el presente parecen dos subsistencias que nada tienen que ver entre ellas. Como si fuesen de personas diferentes. Su negra y anodina realidad se diluye en la cabeza para instalarse en el envolvente y feliz pasado. Aquellos días felices, con la presencia de aquellos que ya no están, y que si están ya no son; cuando tenía un interior en el que esconder esas experiencias sin comparación. Recuerda el universo inmenso que era su barrio, la forma en la que pasaba las tardes de colegio, el tiempo del primer amor y la plenitud de la amistad. Todas esas personas que contaban su presente sin tener pasado, que relataban gustosos sus experiencias nunca vagas y siempre graciosas. Y a partir de entonces, surgió una nube triste de problemas en un acto más cercano al alineamiento del que intenta rehuir. Cree en un pasado nostálgico cubierto de emociones cuyo significado se traduce en poder. Recuerdos y sensaciones que le invaden. Conversaciones trasladadas en el tiempo existencial porque es imposible que todo acontecimiento se vuelva a estropear. Tal pasión por las cosas es absurdo integrarla en su monotonía. Tiene adicción a permanecer en los años remotos hasta que amanezca un incomprensible e inesperado día. Vive el ayer en el hoy para que los ojos del interior le sometan a un vivir más llevadero. Todo son resonancias que percuten en la sien; añoranzas en la manera de mirar sus vidas enormes e increíbles. Imágenes en laberintos interesados en los que descubre lo que representan. Se inyecta nostalgia, se pierde en la conmoción. Es tan solo un instante pretérito y enérgico que no desea evitar. Aquellos años calados de alegría y que añora en las primeras horas del día. Volvería sin dudarlo, en el supuesto de que nada de lo anterior haya cambiado. Este vivir es definitivamente por convicción, por obsesión que deviene en armadura plagada de fotos granuladas. Pero la realidad le advierte que todo es humo en su cabeza, y que el presente le atora contra las formas imprecisas de lo desconocido y sufrido. Es el momento de salir de la cama y de seguir viviendo sin ganas.

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