martes, 5 de noviembre de 2019

Gurtubay


Hoy he llegado, sin pretenderlo, hasta el portal de aquella chica que mis amigos y yo perseguíamos hace mucho tiempo. Éramos unos púberes inmaduros que empezábamos a descubrir la belleza del sexo opuesto entre risas y fantasías inocuas. No me ha sorprendido demasiado ver que todo sigue más o menos igual, pese al inevitable paso del tiempo. Algunos amigos han muerto desde entonces. Otros ni siquiera están. Me he fijado en los setos donde nos escondíamos esperando a que saliese aquella muchacha de su casa para poder abordarla. Nada extraño ni maquiavélico. Simples juegos preadolescentes que nos mantenían vivos, cargados de adrenalina virgen. Ahora todo resulta aburrido y monótono, pero esa es otra historia. Enfrente de su portal había un videoclub donde matábamos el tiempo admirando las carátulas de las películas que se amontonaban en las estanterías y que nos prometíamos algún día ver. El dueño de aquel local nos observaba con una chispa de malicia en su mirada oscura, pero no parecía afectarnos lo más mínimo. Sólo queríamos volver a ver a aquella chica y a sus amigas, y pasar la tarde con ellas entre comentarios jocosos y miradas furtivas; flirtear y coquetear sin llegar a nada más; disfrutar simplemente de su compañía. Aquella muchacha era en realidad el amor platónico de uno de mis amigos. A mí aquello me daba lo mismo. Es más, pensaba que la muchacha era bastante fea. Tenía mis propias fantasías y sueños con otra chica que nadie conocía. Hubiese muerto antes de revelar su nombre. Nadie sabía de su existencia y así quería que siguiese siendo. Un amor en la sombra que consumía mis imberbes deseos y producía mariposas podridas en mi estómago revuelto. No, el barrio no ha cambiado mucho desde entonces. Los personajes que ahora caminan por sus calles son los mismos que entonces pero envejecidos, y algunos locales de la época han cerrado definitivamente o han cambiado de nombre o de negocio. Excepto “Gurtubay”, la tienda de ropa interior femenina que permanece perpetua en el mismo sitio. Está situada unas calles más abajo de aquel portal donde pasábamos las horas muertas para que aquella chica nos dijese algo, sobre todo a mi amigo. Recuerdo que el pobre volvía siempre a casa como en una nube, sonriendo, soñando con que algún día el sueño se convirtiese en realidad. Pero la realidad nunca superó a la fantasía. En ninguno de los casos. Ni siquiera cuando imaginaba aquellas escenas eróticas contemplando embobado el escaparate de “Gurtubay”. Aquellas bragas y sujetadores de diferentes colores inspiraban en mí los más ardientes sueños que, con la perspectiva de los años, no dejaban de ser bastante infantiles. Ya no he sentido excitación alguna al volver a revisar la vidriera de aquella tienda, sólo nostalgia, pese a la cantidad de ropa interior femenina que se amontonaba en su interior. No, nada de erotismo ni pornografía barata esta vez. Sólo me he acordado de aquellas tardes, hace mucho tiempo, en las que esperábamos con una paciencia infinita a que el amor idealizado de mi amigo apareciese por el portal para decirle cualquier tontería. Ella sonreía. Nosotros reíamos. Sus amigas pensaban que estábamos locos, y puede que fuese verdad. Bendita locura.

No hay comentarios:

Enfermedad

  Ahora que tu vagina sangra he de decirte que te quiero y mientras el mundo explota a nuestro alrededor se me encharca el cerebro con imá...